Cuando entramos de nuevo a la habitación donde yo reposaba, acercó una mesita rodante, me ayudó a ponerme cómodo sobre mi cama, sacó el juego y comenzó la lucha. Ese joven era mi primo Edgar, a la sazón de 15 años, con quien disfruté muchas emocionantes partidas en mi más tierna infancia. Ese día en el hospital jugamos hasta que la hora de visita terminó, no me acuerdo del resultado. Pero eso no es lo que importa. Cuando él salió, despidiéndose de mí con un dubitativo apretón de manos, por el pavor que tenía de hacerme daño, lógicamente me sentí muy triste, prácticamente sólo en ese amplio y silencioso cuarto, sin nadie con quién hablar.
Pasó la noche, y al día siguiente llegó mi mamá a cuidarme en la mañana. Me llevó unas revistas de sopas de letras, comida, y unos jugos. Cuando ya estaba a punto de regresar a casa, me dió una agradable sorpresa: Un pequeño tablero de ajedrez nuevo y mi libro sobre partidas de Anatoli Karpov. Y aunque muchas veces no entendía muy bien el por qué de los movimientos en las partidas, los comentarios de Angel Martín, excampeón de España, me ayudaban a dar mis primeros pasos como estudioso de este bello juego. ¿Y adivinen qué? Ya no importaba que terminara la hora de visita, porque... ¡el 12º Campeón Mundial me hacía compañía!


¡Gracias,
"Tolia"!
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